We're accustomed to glamour in London SE26: Kelly Brook and Jason Statham used to live above the dentist. But when Anouska Hempel's heels hit the cracked cement of the parking space outside my flat, it's hard not to think of those Picture Post photographs of royalty visiting bombed-out families during the second world war. Her mission in my modest tract of suburbia is, however, about more than offering sympathy. Hempel—the woman who invented the boutique hotel before it bore any such proprietary name—has come to give me information for which, judging by the spreads in interiors magazines and anxious postings on online DIY forums, half the property-owners in the Western world seem desperate: how to give an ordinary home the look and the vibe of a five-star, £750-a-night hotel suite. To Hempelise, in this case, a modest conversion flat formed from the middle slice of a three-storey Victorian semi.
"You could do it," she says, casting an eye around my kitchen. "Anyone could do it. Absolutely no reason why not. But there has to be continuity between the rooms. A single idea must be followed through." She looks out wistfully over the fire escape. "And you'd have to buy the house next door, of course." That's a joke. I think.
...
It's worth pausing, though, to consider the oddness of this impulse. The hotel room is an amnesiac space. We would be troubled if it bore any sign of a previous occupant, particularly as many of us go to hotels in order to do things we would not do at home. We expect a hotel room to be cleaned as thoroughly as if a corpse had just been hauled from the bed. (In some cases, this will actually have happened.) The domestic interior embodies the opposite idea: it is a repository of memories. The story of its inhabitants ought to be there in the photos on the mantelpiece, the pictures on the wall, the books on the shelves. If hotel rooms were people, they would be smiling lobotomy patients or plausible psychopaths. | Estábamos habituados al encanto del Sydenham londinense. En ese entonces Kelly Brook y Jason Statham solían habitar el departamento en la parte alta del dentista. Pero el día que los tacones de Anouska Hempel repiquetearon en el pavimento agrietado del estacionamiento fuera de mi departamento, fue difícil no recordar aquellas fotografías de la revista Picture Post (publicada de 1938 a 1957), donde se veía a la realeza visitar a las familias que habían sido víctimas de bombardeos durante la segunda guerra mundial. Su misión, en mi humilde espacio del suburbio, se encontraba más allá de una simple visita cordial. Hempel (Anne Geissler, también conocida como Lady Weinberg), -la mujer que innovó el hotel boutique antes de que se estableciera una denominación comercial-, (el creador del término, Hotel Boutique fue Steve Rubell en New York alrededor de 1984). -Había venido a mostrarme información para que, considerando los rumores que se propagan en las revistas de interiores y entre las colaboraciones ávidas de los foros de HUM-, la mitad de los propietarios en el mundo occidental parecían desesperados en cómo darle a una casa común, la apariencia y atmósfera de una suite de hotel de cinco estrellas a un precio de 750 libras la noche. Situándolo desde su punto de vista, o dicho de otra forma “Hempelizandolo”, en este caso en particular; una simple remodelación de mi departamento proyectado desde el área media a una casa semi Victoriana de tres plantas. “Podrías hacerlo” dijo, echando un ojo a mi cocina. “Cualquiera podría hacerlo. No hay una razón tácita para no realizarlo. No obstante debe existir continuidad entre las habitaciones. Se debe seguir una misma idea a través del rediseño”. Miro hacia fuera mustiamente sobre la escalera de incendios. “Y tienes que comprar la casa de al lado, por supuesto”. Es una broma, pensé. ... Vale la pena cavilarlo, aunque hay que reflexionar la extravagancia de este impulso. La habitación de un hotel es un espacio donde lo que sucede se olvida. Estaríamos incómodos si encontrásemos algún signo de los ocupantes previos, especialmente porque muchos de nosotros vamos a hoteles a hacer cosas que normalmente no haríamos en casa. Esperamos que la habitación de un hotel esté completamente limpia, casi como cuando un cadáver acaba de ser sacado de la cama. (En algunas habitaciones, esto ha sucedido realmente). La calidez hogareña de los interiores representa la idea opuesta: Es un depósito de evocaciones. La historia de sus habitantes permanece ahí, en las fotografías de la repisa de la chimenea, las de los marcos en la pared, los libros en los libreros. Si las habitaciones de los hoteles fueran como personas, estarían sonriendo como pacientes con lobotomía o como sobrios psicópatas.
|